Recuerdos de las frutas de mi niñez
por Nydia Vicente
Huertera y bloguera
Hace varios meses compartí con la comunidad de Agrochic las fotos de unas vainas de guamá de mi patio. Me sorprendió la cantidad de personas que no sabían lo que era. Esa experiencia trajo a mi mente muchos recuerdos de todas esas frutas que fueron parte de mi infancia en Mayagüez, Puerto Rico.
Guamá (Inga edulis) . Foto: Nydia Vicente
En los años 60 (qué mucho ha llovido), entre mi calle y las aledañas había una tienda por departamentos, seis colmados, dos panaderías, tres cafeterías, una carnicería, una farmacia y dos puestos de frutas y verduras. Había de todo y bien cerquita. Con el tiempo, los dueños de la mayoría de los establecimientos de comida fueron envejeciendo, o pasaron a mejor vida y poco a poco fueron reemplazados por los primeros supermercados, tipo ‘sírvase usted mismo’.
De niña, me llamaba mucho la atención uno de los puestos de verduras, en donde el dueño, a quien los chicos del barrio llamaban maliciosamente Gran Poder, vendía los mejores límbers de uva y de coco. Estaban hechos en una cubeta de metal para hielo y cada cubo o límber se vendía a centavo. Esos, las quenepas en el verano y las chinas y mandarinas en Navidad, eran mis favoritos del lugar.
Deliciosas Quenepas (Melicoccus bijugatus)

Foto: Nydia Vicente

En esos tiempos, las uvas y las manzanas eran algo común en casi todas las casas durante la época Navideña, junto con los turrones, las nueces, los dátiles, el mazapán y todos esos antojitos alusivos a la época. Tengo vivo el recuerdo del programa de Navidad en la escuela elemental, en donde vestida de pastora, con mi bolerito de terciopelo negro, iba yo con mi canastita llena de uvas, manzanas y peras.
Mi madre era una cocinera excelente y hacía maravillas con los cocos. De sus manos salían los mejores postres tradicionales tales como arroz con coco, dulce de coco amelcochado y tembleque. Cuando estaba en estos menesteres y se descuidaba, yo me colaba en la cocina y le robaba pedacitos de coco del que tenía listo para guayar.
Una de las mejores experiencias se daba cuando pasaban los camiones cargados de caña de azúcar y los muchachos corrían tras ellos, halando las que sobresalían y recogiendo las que caían en la calle. Comerse unos pedazos de caña recién mondada era simplemente una delicia.
En la casa del frente, que tenía un patio inmenso, había un arbol de tamarindo; el cual velábamos ansiosamente esperando que pariera, para darnos una hartera de la fruta hasta que nos dolía el estómago de tanto ácido. 
Tamarindo (Tamarindus indica) Foto: Sabelotodo.org
Calle abajo, yendo hacia el río, en la casa de unas amigas había un palo de guamá, y otro de guayaba y cuando daban frutos la visita era obligada.
Recuerdo también haber ido de caminata por la carretera que conduce al Hospital Bella Vista a buscar icacos y pomarrosas de las blancas. Esta última, que huele y sabe a agua de rosas, nunca me gustó pues me parecía estar comiendo jabón. 
Pomarrosa americana

(Syzygium malaccense) (Sin. Eugenia malaccensis) Foto: Nydia Vicente
Las guanábanas dulces eran una exquisitez. Si resultaban un poco agrias mi madre nos hacía jugos y límbers, de modo que igual nos lo disfrutábamos.
Las guayabas servían para hacer la mejor pasta casera. Yo me resistía a comer guayabas maduras pues después del primer mordisco siempre le encontraba algún gusanito saludándome desde la pulpa rosita.
Y ni hablar de los mangós. Cuando íbamos de paseo al Zoológico, o a la playa por la carretera que conduce de Añasco a Rincón, regresábamos con bolsas repletas, tanto para comer fresco como para hacer dulce, jalea y pasta.
Al mamey le tenía pánico pues mi madre nunca me dejó comerlo. Ella decía que era una fruta muy pesada y que empachaba si habías tomado leche o comido algun lácteo. 
Mameyes (Mammea americana). Foto: Nydia Vicente
Los jobos, siempre fueron y serán mi fruta preferida. Con sólo pensar en ellos, se me hace la boca agua. Un buen jobo en su punto perfecto de madurez no se compara con ninguna otra fruta.
Jobos. (Spondias dulcis) Foto: Nydia Vicente
 Los anones y corazones no eran tan comunes pero cuando aparecían en el panorama, eran muy apreciados. 
Corazón. (Annona reticulata) Foto: Nydia Vicente
 A nadie se le ocurría hacer jugo con las parchas, simplemente las abríamos y si no resultaban muy agrias, intentábamos comerlas.
Recuerdo también que decían que si al mondar la piña le dejabas los ojos, al comerla te rascaba la lengua. Qué de cuentos…
Por último, y aunque nunca los probé, recuerdo los enormes socatos que crecían en la casa de una amiga de mi hermana, y las jaguas, con las que mi madre preparaba una bebida que mantenía en la nevera, y que a mí me parecía que era pura agua. Diz que era buena para los riñones y para refrescar el estómago. 
Socato (Sicana odorifera) (Sin. Cucurbita odorifera) Foto: Sabelotodo.org
 
Jagua (Genipa americana) de la República Dominicana.
Hoy día tengo la dicha de contar en mi patio con árboles adultos de varias frutas exóticas y de algunas de las que aquí menciono. Tengo guamá, mamey, jobo, guanábana, corazón, coco, y otras que vine a conocer de adulta como el caimito y la pomarrosa americana.
Los frutales tradicionales ya estaban aquí cuando me mudé a esta casa hace más de 20 años. Siempre que alguno de éstos florece o está cargado de frutas, no deja de asombrarme la facilidad con que puedo remontarme al pasado y volver a experimentar la misma sensación de bienestar que percibía en mis años de infancia cuando me saboreaba alguna de ellas.
Abona tu vida.