por Enid Drevon
‘Huertera’ y Bloguera Agrochic

Hace unos cuantos años, cuando decidí comenzar un huerto, cada vez que enterraba el pico en la grama lo que salía era una tosca anaranjada.  Yo estaba segura que podría sacarla toda y encontrar una tierra suelta más abajo.  Robert, mi marido, me decía que no y tenía razón, porque fue el cuento de nunca acabar.

Así que decidí poner bloques de construcción a cierta distancia del muro que divide mi patio de otros, creando de esta forma una jardinera.  Aunque este lugar no es el que más sol recibe cuando los días son cortos, es el lugar donde menos llega la bola de fútbol de mis hijos, y además tiene una pluma o grifo de agua bien cerca.

Poco a poco hemos comprado tierra para ir llenando secciones de la jardinera.  Para evitar que los bloques se viren o se caigan, enterramos pedazos de varilla en los huecos de los mismos.  También, pusimos tela metálica para evitar que Orejas, mi coneja que vive libremente en el patio, brinque y se coma las plantas.

La jardinera del patio. Foto: Enid Drevon
Me encanta mi huerto, por las mañanas salgo a observarlo y a regarlo con agua. Aún cuando han surgido situaciones que han hecho difícil dedicarle tiempo, siempre vuelvo a él.  Aquí he sembrado espinacas, jengibre, brécol, rábanos, pepinillos, berenjenas, habichuelas, tomatitos, cúrcuma, quimbombós, ajíes dulces y picantes, pimientos, lechuga, varias plantas aromáticas, un ñame en un tiesto y hasta fresas.  Con cada cultivo he tenido mi proceso de aprendizaje y la alegría de cosechar sus frutos.
Pronto mi jardinera no dará abasto, y ya que mis hijos juegan fútbol en el parque, estoy haciendo planes e ideando soluciones para sembrar un poco más allá.
Abona tu vida.