Mamá Huertera

por Male Noguera Osuna

“¿Qué es lo más que les gusta de sembrar?”, pregunté. Ambos se quedaron en silencio. Me cuestioné si la ausencia de respuesta nacía por la excasez de interés por la siembra. Entré en un mini pánico interno, y me dije: “¿Y ahora cómo voy a tener una columna en Agrochic si mis hijos no quieren sembrar?”.

Ese fue el comienzo de nuestra primera etapa del huerto. Ya mi esposo y yo habíamos comprado las semillas. Todas ecológicas, pues sabemos que las transgénicas no son saludables para el cuerpo y el terreno.

Compramos algunas en el mercado de la Placita Roosevelt en San Juan. Allí tienen muy buenas semillas. Y, aunque nosotros somos de los que apoyamos lo local, adquirimos otras por medio de un compañero de trabajo de mi esposo, quien le ofreció dividirse un “Survival Kit” de semillas que pidió por Internet. (Oye, tiene lógica que lo vendan con ese nombre; las semillas son mucho más cruciales para la supervivencia que una curita y una muestra de Neosporin, ¿no crees?).

Como ya teníamos las semillas, a los niños les tocó sembrarlas. Hicieron un semillero, mezclaron la tierra con la composta, se ensuciaron la manos, se las lavaron y comenzaron la espera.

Durante la expectativa del germinado de las semillas, mi mini pánico desapareció. “¡Vamos a ver las semillas!”, decían los nenes con mucho entusiasmo. Al escucharlos, mi corazón palpitaba con más rapidez. Incluso, cuando discutían acerca de cuál era la semilla que brotó primero o cuál era la nueva plantita más alta, mis oídos asimilaban sus oraciones como sonidos maravillosos.

Así que, “que no panda el cúnico”, como decía El Chapulín (Colorado). Este huerto va viento en popa. En este mes, aprendí que en vez de preguntarles qué es lo más que les gusta de sembrar, solo contemplaré.

Las mejores imágenes: sus manitas sucias; sus gestos de asombro al encontrar un gusano; sus ojos curiosos cuando se toparon con una pequeña culebra de jardín; sus botas enfangadas; su concenso para elegir las semillas que querían sembrar y sus caritas alegres con parchitos de lodo. Hasta una canción le cantó mi hija a la nueva planta de maíz cuando le dijimos que a las plantas hay que darles amor. Todo eso vale más que mil palabras.

Cómo hacer un semillero junto a tus niños:

1. Aprovecha la próxima visita al supermercado para pasearlos por el área de frutas y vegetales frescos. Pregúntales qué les gustaría tener en su huerto. Explícales la diferencia entre el ambiente local donde pueden crecer frutos nativos y el clima que necesitan algunos exportados.
2. Compren semillas ecológicas a un agricultor local. Pueden visitar el mercado en la Placita Roosevelt, los primeros y terceros domingos de mes o comunicarte con la gente de Desde mi Huerto.

¡Listos para sembrar!

3. Consigan un cartón de huevos vacío. Haz que cuenten cuántos espacios tiene para sembrar y pregúntales cuántas plantas creen que pueden crecer allí. Pónlos a contar las semillas.
4. Háganle agujeros al cartón con un tenedor para que el agua drene. Deja que ellos traten de adivinar para qué son los huequitos.

Preparando el nuevo semillero para poner semillas de tomate y melón.

5. Combinen tierra con composta, ya que sirve de abono natural. Explícales que la composta sale de la descomposición de productos orgánicos, como las cáscaras de huevo y de las frutas y vegetales, y hasta de hojas secas, entre otros. Así tendrán un ejemplo de lo sabia que es la naturaleza.
6. Verifiquen el crecimiento de las semillas germinadas y corroboren juntos si la tierra necesita hidratación. Explícales el proceso. Luego, cuando las nuevas plantas crezcan, pídeles que hagan un dibujo de lo que ven. Guárdalos por si quieres hacer un diario de la siembra.

Las semillas de maíz y pepinillo germinaron.

7. Cómprales sus propias herramientas para que se entusiasmen al momento de sembrar.
8. ¡Toma fotos! Es un experiencia que amerita que la recuerden juntos en el futuro.

¡Comparte con nosotros tus recomendaciones y tu experiencia sembrando con tus hijos!